Todavía no podía creérmelo cuando
estaba allí, en el aeropuerto, con mis cuatro mejores amigas a punto de coger
un avión con destino a la libertad.
Me encontraba sentada en la cola
de embarque, con un macuto a la espalda que pesaba más que yo y con una mezcla
entre felicidad e intriga sobre qué cosas nos depararía este viaje: el
InterRail, un viaje que se convirtió en el mejor de mi vida.
El primer destino era Ámsterdam.
Llegamos al albergue, dejamos el equipaje y salimos a la calle. Inmediatamente
decidimos alquilar unas bicicletas y recorrer la ciudad.
Me sorprendió la facilidad que
teníamos para movernos por toda Europa, algo que cinco días antes para mí
hubiese sido impensable: coger trenes, comunicarnos con holandeses, alemanes o
eslovenos, en realidad es algo mucho más fácil de lo que os imagináis.
Después de Ámsterdam, Berlín, Praga,
la playa, Eslovenia, ciudades, paisajes, tranvías, calles, canales, Roma, la
gente, risas, palabras, San Miniato, crepúsculos....
¿Sabéis que es lo mejor de todo
el InterRail? Los trenes. No son trenes como los de ahora, como un Ave en el
que se llega de Madrid a Sevilla en dos horas. Quizás tardan sus ocho horas en
ir de una ciudad a otra, pero merece la pena; se pueden bajar las ventanillas,
asomar la cabeza y con el viento en la cara, sentir realmente que se está en
mitad de un lugar en el que nunca se había estado ni mucho menos se podría
haber imaginado estar, con las mejores amigas, solas por Europa y con la
sensación de que aún quedaba mucho más por descubrir.
El InterRail nos permite salir de
nuestra pequeña burbuja -en la que se tiene el plato en la mesa cuando se llega
a casa, una cama calentita donde dormir y una bañera para recibir relajantes
baños de espuma- y darnos cuenta de que hay momentos en que se deben afrontar
situaciones como perder un tren a las cinco de la mañana y tener que dormir en
la estación.
Parece algo desagradable contado
de esta manera, pero os prometo que aventuras así pasan pocas veces en la vida,
y qué mejor edad para hacerlas que con dieciocho años.
Abre los ojos. Disfruta. Quítate
el miedo. Coge el tren. Vete.
Verónica Martín Molina.
Un artículo magnífico para animar a abrir los ojos y ver el mundo. Enhorabuena
ResponderEliminarDi que sí Vero! Un viajecito de esos son los que hacen maravillarte de nuestro mundo, nos hacen ver lo mucho que nos queda por explorar...
ResponderEliminarHas conseguido tu objetivo Verónica... me has dado aún mas ganas de ir a explorar el mundo, que Madrid es muy pequeña!
ResponderEliminarDafne