-Hace mal día hoy…
-La verdad es que sí, ayer estaba mucho mejor.
-Mañana dicen que nevará… Por cierto, ¿a dónde la llevo?
-Velázquez 8, por favor.
Y es así, el montarse en un taxi implica unos cuantos tipos
de conversaciones absurdas. ¿De dónde es? Su acento no es de por aquí. ¿Es
usted de Las Palmas?. Que mal tiempo ¿no?. Y son siempre las mismas preguntas,
seguidas por la mismas respuestas.
A saber quién se montó alguna vez en el taxi en el que
estás ahora, quizás soñadores despiertos, devora libros, poetas estropeados por
el tiempo, amantes sin ser amados, bailarines con escayola, amigos
traicionados, embarazadas que corren con el tiempo para ser mamás, jugadores de
cartas escritas, cenicientas esperando su zapato de cristal… Pero como no, el
taxista, sabe que clase de persona eres, cómo te trata la vida, y cuál es tu
profesión frustrada, al prestarte atención mientras hablas por teléfono, vas con una amiga, discutes con tu novio. Creo que tras escuchar de todo están capacitados para ser
psicólogos.
Pero da igual que estés de mal humor, que tengas prisa, que
hables por teléfono, siempre que vayas en taxi, se cruzarán más palabras que en
una sopa de letras. Él te sacará su típica conversación que te saca de quicio.
Aunque sí que es verdad, que de vez en cuando, uno de
muchos; como un cometa que es avistado por la Tierra cada 1000 años; hay un
taxista que apenas te habla para preguntarte la dirección, si no la has dicho
tú al entrar claro. Entonces es ahí, dónde se produce ese silencio incómodo que
te incita a dar tema de conversación, a invitarle a un par de palabras.
Es entrar en el taxi, y tener los cinco sentidos activados,
empezando por el olfato; quizás huele al perfume de la señora que acaba de
bajarse, a la hamburguesa que se ha comido en su descanso, a las gotas de sudor
que corren por su frente, o al ambientador que lleva colgando del espejo
retrovisor. Como olvidarnos de la cadenas que suelen poner, “Kiss FM” u “Onda
Melodía”. Y para colmo, aquellos que ponen emisoras de aprender inglés. Siempre
que subo a un taxi de este último tipo, pienso ¿por qué no cogí el metro?. Lo
siento, pero me ponen muy nerviosa, me marea el “How-are-you? Fine” que parece que lo están diciendo a cámara lenta
con una patata en la boca.
Luego están aquellos taxistas que te preguntan “¿No eres de
aquí no? Se te nota en el acento” y tú, de tonta, caes en la trampa, “No”,
respondes, fiándote de aquel anciano que te ha preguntado, y que por boba, te
la va a meter clavada, dándote un tour por Madrid, solo falta el guía delante
que te vaya indicando, porque cuando te das cuenta, el taxímetro está
desbordado. Y es entonces cuando miras la cartera rápidamente, rezando para
tener lo suficiente.
Aunque siempre están los que te amenizan el viaje, y te
sacan una sonrisa de oreja a oreja. Porque es verdad que muchas veces, es mejor tener una conversación que educar al silencio. El cuál, cuando estás de buen humor, resulta inquietante.
¿Y quién no se ha sentido identificado con todo esto? Como
dice Mick Jagger en su canción: “Old Habits Die Hard”. Y es que es cierto, en todos
los taxis sucede lo mismo, ahora y siempre.
Hablando de taxis, taxímetros, y todo el rollo. Me voy, que llego tarde...
¡Taxi!
¡Taxi!
Victoria Benítez de Lugo Kaehler
Periodismo 1.1
Periodismo 1.1
¡¡Mucha razón!!
ResponderEliminarque bueno el texto vic, me ha encantado
ResponderEliminarMercedes