martes, 12 de febrero de 2013

¿Tengo prisa? ¡Taxi!


-Hace mal día hoy…
-La verdad es que sí, ayer estaba mucho mejor.
-Mañana dicen que nevará… Por cierto, ¿a dónde la llevo?
-Velázquez 8, por favor.

Y es así, el montarse en un taxi implica unos cuantos tipos de conversaciones absurdas. ¿De dónde es? Su acento no es de por aquí. ¿Es usted de Las Palmas?. Que mal tiempo ¿no?. Y son siempre las mismas preguntas, seguidas por la mismas respuestas.

A saber quién se montó alguna vez en el taxi en el que estás ahora, quizás soñadores despiertos, devora libros, poetas estropeados por el tiempo, amantes sin ser amados, bailarines con escayola, amigos traicionados, embarazadas que corren con el tiempo para ser mamás, jugadores de cartas escritas, cenicientas esperando su zapato de cristal… Pero como no, el taxista, sabe que clase de persona eres, cómo te trata la vida, y cuál es tu profesión frustrada, al prestarte atención mientras hablas por teléfono, vas con una amiga, discutes con tu novio. Creo que tras escuchar de todo están capacitados para ser psicólogos.

Pero da igual que estés de mal humor, que tengas prisa, que hables por teléfono, siempre que vayas en taxi, se cruzarán más palabras que en una sopa de letras. Él te sacará su típica conversación que te saca de quicio.
Aunque sí que es verdad, que de vez en cuando, uno de muchos; como un cometa que es avistado por la Tierra cada 1000 años; hay un taxista que apenas te habla para preguntarte la dirección, si no la has dicho tú al entrar claro. Entonces es ahí, dónde se produce ese silencio incómodo que te incita a dar tema de conversación, a invitarle a un par de palabras.

Es entrar en el taxi, y tener los cinco sentidos activados, empezando por el olfato; quizás huele al perfume de la señora que acaba de bajarse, a la hamburguesa que se ha comido en su descanso, a las gotas de sudor que corren por su frente, o al ambientador que lleva colgando del espejo retrovisor. Como olvidarnos de la cadenas que suelen poner, “Kiss FM” u “Onda Melodía”. Y para colmo, aquellos que ponen emisoras de aprender inglés. Siempre que subo a un taxi de este último tipo, pienso ¿por qué no cogí el metro?. Lo siento, pero me ponen muy nerviosa, me marea el “How-are-you? Fine” que parece que lo están diciendo a cámara lenta con una patata en la boca.

Luego están aquellos taxistas que te preguntan “¿No eres de aquí no? Se te nota en el acento” y tú, de tonta, caes en la trampa, “No”, respondes, fiándote de aquel anciano que te ha preguntado, y que por boba, te la va a meter clavada, dándote un tour por Madrid, solo falta el guía delante que te vaya indicando, porque cuando te das cuenta, el taxímetro está desbordado. Y es entonces cuando miras la cartera rápidamente, rezando para tener lo suficiente.

Aunque siempre están los que te amenizan el viaje, y te sacan una sonrisa de oreja a oreja. Porque es verdad que muchas veces, es mejor tener una conversación que educar al silencio. El cuál, cuando estás de buen humor, resulta inquietante.

¿Llueve? Creo que se han quedado todos dormidos hoy. ¿Comienza a diluviar? Quizás están de huelga. ¿Tienes prisa? No pasa ninguno, y si pasa, está ocupado. Esto es así, cuánto más necesitas uno, no hay.

¿Y quién no se ha sentido identificado con todo esto? Como dice Mick Jagger en su canción: “Old Habits Die Hard”. Y es que es cierto, en todos los taxis sucede lo mismo, ahora y siempre.

Hablando de taxis, taxímetros, y todo el rollo. Me voy, que llego tarde...

¡Taxi!



Victoria Benítez de Lugo Kaehler
Periodismo 1.1




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