"¡Oh,
qué buen día!" Pienso, levantandome de la cama. Preparo el café, cojo el
ordenador y automáticamente abro Facebook. Al pasar rápidamente de una foto y
los estados de varios amigos, me fijo en un artículo titulado "Barbie y
Ken de la vida real, se encuentran y se odian a muerte!"
"Barbie
y Ken de la vida real?" Intrigada, abro el enlace y me enfrento a una
serie de fotografías de estos dos “muñecos humanos". Ella: Cinturón de
avispa, pechos enormes y pelo larguísimo, casi blanco. Y él? Ken? Él es
demasiado. Sus cejas están demasiado arqueadas, los labio hinchadísimos y sus
músculos son muy falsos.
Un
poco asombrada empiezo a leer el artículo y descubro que el señor Jedlica ha
sido fruto de más de 90 operaciones quirúrgicas para conseguir el aspecto del
famoso muñeco. Ha dicho que “las operaciones estéticas son una forma de arte
porque me permiten ser creativo y renovarme a mí mismo”.
Me
detengo un momento y pienso en mi abuelo que siempre me decía "no te
adornes demasiado o empezarás a gustarle a la gente por lo que no eres realmente."
¿Cuándo hemos empezado a querer agradar por lo que no somos? Cuándo es que las
normas estéticas que nos imponen empezaron a ser más importante que el gusto
personal de cada uno? ¿Qué es lo que impulsa a la gente a querer convertirse en
alguien diferente sólo para ser apreciado?
Es
cierto que la búsqueda de la belleza, o del ideal de belleza, pertenece a la
humanidad desde la antigüedad. También es cierto que en la antigüedad la idea
de la belleza exterior quería ser un reflejo de la belleza del espíritu: el
guerrero guapo y valiente de las estatuas griegas.
Pero
hoy en día es así también? No lo creo. Creo que vivendo en la sociedad del
"todo y ahora" la belleza exterior es más deseable instintivamente que
otras características humanas más dificiles de alcanzar y demostrar, como la
responsabilidad, la cultura y la dignidad. Prestamos tanta atención a la
estetica que a veces nos olvidamos de unirla a la ética.
Marina Bartolameazzi
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