La Muerte. Sí, así me llaman. El
destino inexorable hacia el que todos os encamináis a rastras. Para muchos, soy
el final de todo, el colofón de la existencia y el desgarramiento de lo
terrenal; desde el más bello amanecer contemplado una cálida mañana de mayo
hasta el más arduo dolor provocado por mi fría presencia. Pero yo creo que
exageran.
No deja de asombrarme el
inextinguible valor o el angustiante miedo con el que las personas a lo largo
de los siglos se han enfrentado a mí. O la esperanza que se reflejaba en sus
rostros, casi abrazándome, deseosos de ser trasladados al Más Allá. Muchos se
asombran al verme, no me esperan, seguramente no estoy en sus planes del día. Quizá se
habían olvidado de mí, pero yo no me olvido de nadie. C.S. Lewis hizo bien al
decir que «el tiempo en sí mismo no es ya más que otro nombre de la muerte», y
es así; tiempo y muerte somos uno mismo: el mayor asesino de la Historia,
incapturable, imparable, insaciable.
Pero no soy un sádico,
simplemente soy el siguiente paso de la vida, así como la adolescencia sigue a
la infancia o la primavera al invierno. Tenéis la certeza ciega de que os queda
un futuro incierto... ¿por qué creéis que yo no os brindo otro futuro? No soy
el fin, yo solo soy un escaloncito más. Pero os asusto porque no sabéis nada
más allá de mí con certeza, y por eso queréis olvidarme. Solo os recuerdo que
sigo aquí, al acecho, que no sois inmortales, que en cualquier momento os toca.
Si todos los días pensarais que
es vuestro último día, en alguno estaríais en lo cierto, y el resto los
viviríais con mayor intensidad. Porque la vida es un misterio, un misterio al
que hay que encontrarle el sentido para disfrutar de ella y vivirla en su
plenitud. Y yo, bueno, un simple siervo de la Historia, os aconsejo que llevéis
lo que os queda de ella con la mayor dignidad, esfuerzo, dedicación y amor, que
será por lo que os recuerden.
Cristina Sendra Ramos
1º Humanidades y Periodismo
1º Humanidades y Periodismo
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