La noche te invade, la oscuridad se apodera de cada rincón de este mundo, y aun así, no existe lobreguez. Sentimos el apagón de las luces, pero somos conscientes de que la ciudad sigue iluminada, las calles encendidas.
El hombre no duerme, no
descansa y, temeroso del silencio, se cuelga el cartel de “abierto 24 horas” haciendo de él un
escudo soldado a su piel.
El problema es que así,
ocupados, distraídos, desprevenidos ¿cómo conocernos? ¿Cómo pensar?
Recuerdo un paseo en el que
me topé con esta realidad irónica, con el chiste que todos formamos. Observé el
revuelo de la vida, el “non-stop” humano y pude fijarme por primera vez en la
cantidad de restaurantes 24 horas, gasolineras 24 horas, bibliotecas 24 horas,
fiestas 24 horas, canales de televisión 24 horas. Me eché a reír. ¿Se
puede disfrutar del silencio? es más, ¿existe acaso el silencio?
Durante mi paseo, vi gente
agotada y demacrada incapaz de dormir, que con tal de no tener que retirarse a
sus casas con ellos mismos, estaban mal acompañados.
“¡Qué más da!” “La cuestión es no estar solo”. Sí, esa es la idea que tenemos
por bandera.
Somos individuos
impacientes, niños pequeños necesitados de ruido para sentirnos escoltados.
Drogadictos del bullicio y vividores de experiencias que sean capaces de
evadirnos de la realidad para no tener que encontrarnos y así, no tener que
cambiarnos.
Somos hombres que han
conseguido hacer del silencio algo incómodo y que poco a poco han ido llenando su mundo de escondites a
los que poder retirarse con sus
miles de inseguridades. Siempre bajo el pretexto de que “está
abierto”.Pero, ¿por qué no probar a cerrarlos un rato? ¿por qué no intentar ser
valientes, apagar el universo por completo y pensar?. Nada más. ¡Héroes del
mundo, lo demás vendrá solo!
Cristina Bruzon Jáudenes. Periodismo 1.1
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