jueves, 25 de abril de 2013

Galatea


Ella era inmaculada y rígida como el mármol. Sus finas curvas, mezcladas con los elegantes paños, insinuaban sus largas y atléticas piernas. La cara pulida y suave, con enormes ojos, pelo trenzado y belleza sobrenatural hizo enloquecer de amor a su escultor.

Pigmalión vivía obsesionado por encontrar la esposa perfecta. En esta búsqueda, dedicó su vida a esculpir en mármol modelos y mujeres bellísimas. Por fin culminó su obra maestra: Galatea, la figura más hermosa que jamás se había creado.

Pigmalión al terminarla, se acercó y empezó a tocarla, abstraído por su perfección. Galatea poco a poco comenzó a ablandarse, haciéndose dócil y manejable. El mármol estaba ya templado cuando abrió los ojos y comenzó a observar todo lo que tenía alrededor. No sabía como actuar. Aún no podía moverse bien por unos fuertes dolores en la espalda que se lo impedían. Debía acostumbrarse a la elasticidad de su nuevo cuerpo. Estiró los brazos hacia arriba, haciendo sonar todos sus pequeños huesos mientras bostezaba. De repente su mirada se paró y se encontró con él. El escultor, al verla cobrar vida, estalló de emoción y alegría, y la abrazó y la besó durante largo tiempo.

Al principio de su relación ambos estaban radiantes. Él era feliz y la obsequiaba con todo tipo de regalos, manjares, joyas... Ella, muy obediente, siempre le correspondía. Él era su creador y por tanto, le debía la vida. Pero pronto él empezó a enloquecer. Cada vez que salía con ella a la calle, todos los hombres al verla se enamoraban. Pigmalión no podía soportarlo. Llegó a la conclusión de que lo mejor sería encerrarla entre las cuatro paredes de su habitación, para que nadie más pudiese deleitarse con su belleza. Galatea le pertenecía, él la había creado y era suya.

Ella lloraba. Se sentía prisionera. Vivía en una pesadilla, encarcelada sin poder salir. Quería volver a su estado anterior, en el que no sentía nada, ni el viento, ni los besos, ni el dolor… Poco a poco se fue endureciendo con un gesto de tristeza en su rostro. Pigmalión, con el corazón destrozado al verla sufrir de aquella manera, decidió acabar con su desconsuelo rompiéndola en pedazos hasta que el mármol acabó por convertirse en polvo.



                                                                                 Verónica Martín Molina

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