En estos últimos años, la cohesión de la Unión Europea está más cuestionada que nunca. Las medidas que planean los dirigentes europeos, por ahora, son ineficaces. Cada estado miembro tiene un sistema socioeconómico diferente y, debido a esto, las directrices de Bruselas son muy difíciles de adaptar al sur de Europa. Lo peor de todo es que la mayoría de los habitantes del viejo continente han perdido la confianza en los gobernantes de sus países, ya que dichos políticos han pensado más en el bienestar de los bancos y las cajas que en el de la sociedad. El sentimiento europeísta está en la cuerda floja (el día 9 de mayo de este año no vi ninguna noticia que mencionase el aniversario de lo que hoy se llama Unión Europea, hubo un silencio sepulcral). En 2002 el euro se convertía en la moneda común de la mayoría de los países europeos y fue acogida con gran optimismo. Sin embargo, once años más tarde, muchos economistas nos hablan de una posible salida del euro, sobre todo en Chipre, Grecia, Italia, Portugal y España. Una de las pocas buenas noticias, que ha contemplado la comunidad de los 27, ha sido la del premio que ha recibido por sus méritos de reconstruir Europa: el Nobel de la Paz.
La dirección de la UE está adoptando medidas demasiado austeras, imposición de recortes extra para muchos sectores laborales, además de los recortes necesarios. Los gobiernos europeos están obligados a cumplir, porque tienen presente la amenaza del rescate. Pero eso no quiere decir que nuestros presidentes sean unos pobres incomprendidos que no pueden aportar soluciones, porque no se lo permiten. Yo, personalmente, deseo que la UE se convierta en una nación. Creo que sucederá, aunque para ello falta mucho. ¡Viva Europa!
Jaime Sánchez Moreno
Periodismo 1.1