viernes, 10 de mayo de 2013

LA UNIÓN EUROPEA Y SU FUTURO

         En estos últimos años, la cohesión de la Unión Europea está más cuestionada que nunca. Las medidas que planean los dirigentes europeos, por ahora, son ineficaces. Cada estado miembro tiene un sistema socioeconómico diferente y, debido a esto, las directrices de Bruselas son muy difíciles de adaptar al sur de Europa. Lo peor de todo es que la mayoría de los habitantes del viejo continente han perdido la confianza en los gobernantes de sus países, ya que dichos políticos han pensado más en el bienestar de los bancos y las cajas que en el de la sociedad. El sentimiento europeísta está en la cuerda floja (el día 9 de mayo de este año no vi ninguna noticia que mencionase el aniversario de lo que hoy se llama Unión Europea, hubo un silencio sepulcral). En 2002 el euro se convertía en la moneda común de la mayoría de los países europeos y fue acogida con gran optimismo. Sin embargo, once años más tarde, muchos economistas nos hablan de una posible salida del euro, sobre todo en Chipre, Grecia, Italia, Portugal y España. Una de las pocas buenas noticias, que ha contemplado la comunidad de los 27, ha sido la del premio que ha recibido por sus méritos de reconstruir Europa: el Nobel de la Paz.
          La dirección de la UE está adoptando medidas demasiado austeras, imposición de recortes extra para muchos sectores laborales, además de los recortes necesarios. Los gobiernos europeos están obligados a cumplir, porque tienen presente la amenaza del rescate. Pero eso no quiere decir que nuestros presidentes sean unos pobres incomprendidos que no pueden aportar soluciones, porque no se lo permiten. Yo, personalmente, deseo que la UE se convierta en una nación. Creo que sucederá, aunque para ello falta mucho. ¡Viva Europa!
Jaime Sánchez Moreno
Periodismo 1.1

miércoles, 8 de mayo de 2013

ERES


Hay veces en la vida en las que crees que algo en tu vida ha cambiado. Te miras en el espejo y veo algo diferente en mi rostro. No sabría decir exactamente qué es. Mis ojos tienen un brillo especial, como vidrioso; mis mejillas han adquirido un rubor único; mis labios tienen un sabor original y nunca paladeado por mí. Ya se lo que hay de diferente en mi cara. Eres tú. 
Antes de ti, la vida era una fotocopia en blanco y negro y el destino una meta a la que no me apetecía llegar. Tú estás entre los apetecible, lo eterno y lo verdadero. Me enseñaste a ser fuerte y a luchar ante las dificultades. Tú me haces fuerte. Me pintas una sonrisa cuando ni si quiera me acordaba de que estaba ahí, escondida.Me has enseñado a creer en mí misma y a no rendirme nunca, también me has enseñado a hacer una mueca de desprecio al dolor y a que cuando llega en su máxima acepción darle la espalda.
Contigo he aprendido que a veces tengo que olvidarme de mí misma para ser tú. Disfrazaremos tú de mí y yo de tí. Me ha costado mucho llegar hasta aquí, pero por fin he alcanzado mi regalo, siendo feliz por ti, más que por mi misma.

Eres mi parte favorita de la canción, eres como el comienzo de vacaciones, eres como un refresco frío en una tarde calurosa de verano, eres el abrazo de una persona a la que hacía mucho tiempo que no veías, eres mi comida favorita, mi libro de cabecera, mi película favorita, eres París por la noche o Venecia por el día. Eres cosquillas,  carcajadas en medio de una película, el timbre de fin de clase, eres poesía, unos zapatos nuevos para estrenar, eres estar en casa, comer un helado con extra de chocolate, eres la llegada del buen tiempo, aprobar un exámen. Eres más que todo eso. Una bomba, una explosión de sentimientos.

Gracias a ti, por fin conozco una parte de mi final. Tú eres mi final y tu destino es estar conmigo, a mi lado, haciéndome feliz, porque desde que llegaste, no he parado de sonreír.



                                                           María Salcedo García Periodismo 1.1

martes, 7 de mayo de 2013

Chaquetilla, careta, arma y guante


Me acerco a las perchas donde están colgadas las chaquetillas acolchadas y escojo una de mi talla. Antes de ponérmela, coloco sobre mi pecho un peto  de plástico duro que me protegerá de los golpes. Un guante en la mano derecha. Y entonces escojo las piezas protagonistas: un sable de empuñadura para tiradores diestros. Una careta azul de apretada rejilla cubre mi rostro.
Aprovecho para mirar a mi adversario. Es grande, parece fuerte, y por cómo se mueve advierto que lleva más tiempo en este deporte que yo.
Llega el entrenador. Da la señal. Empiezo con una preparación, tengo que averiguar que va a hacer el gigante para desarmarme. Inicio una pequeña marcha. Mi oponente me imita amenazante, quiere llevarme al fondo de la pista. Comienzo a romper paso a paso aligerando el ritmo según él aumenta la velocidad.
Entonces ocurre, su sable se dirige a mi travesón.  Creyendo que me va a golpear protejo la zona con el arma. Si golpea  mi sable  perderá la preferencia, le golpearé y el primer punto será mío. Pero su idea es otra, enseguida me doy cuenta: una finta en cuarta. Me ha hecho creer que iba a por el travesón, pero su intencion es golpear el hombro.
El impacto llega antes de que pueda mover el brazo en un intento de defenderme. A pesar del peto, siento dolor. Estoy furiosa. Pero lo que de verdad me molesta es la humillación, a pesar de la rejilla de la careta veo que se ríe de mí. No lo voy a tolerar, en el próximo golpe e prometo partirle una costilla.
Volvemos a situarnos en posición inicial. El árbitro vuelve a dar la salida, esta vez no hago preparación alguna. Marcho alternando el ritmo: más rápida, más lenta, dejando que se aleje, volviendo a presionar y, mientras le engaño: muevo el sable de un lado a otro. Quiero confundirlo, que no sepa de dónde va a venir el ataque.
Estamos muy cerca del final de la pista, es mi última oportunidad para lanzarme a fondo con un sablazo imparable. Además el abusón está posicionado en tercera, no podrá defenderse.
Toda la fuerza que he ido reservando se concentra en el brazo derecho que se estira como un muelle para golpear, para hacer daño.
Le golpeo tan fuerte que siento vibrar cada hueso de mi extremidad. Creo oír gemir de dolor al individuo, pero no me importa. El brazo me duele mucho, he dejado caer el arma porque su peso me produce una terrible agonía. Chillo. El resto de mi cuerpo no existe.  Me he vengado, eso es lo que importa. El canalla está furioso, le he hecho mucho daño. Dice que lo mío no es nada. Espero que haberlo roto parte de las costillas. Le lanzo una mirada terrible, no tengo fuerzas para golpear en cierta parte y evitar descendencia de semejante bruto. Me marcho dolorida pero satisfecha. No permito que nadie me pisotee, aunque he aprendido una valiosa lección; nunca ataques con rabia.
Ana Romero Urquiza
Humanidades y Periodismo

Rêver


Ella miraba tranquilamente por la ventana. El brillante parpadeo de las estrellas en el nocturno cielo oscuro le hacia parecer diamantes a sus ojos. Se sentía segura. Las estrellas parecían girar y girar, como una bailarina rusa, como si cada una tuviese su propia canción.


Ninguna era igual a las demás, todas eran distintas y parecían estar besadas por la radiante luz de la luna.
Se tumbó en la cama, viendo como se entrelazaban las constelaciones a sus ojos y poco a poco los sentía cansados, como si de sus pestañas para abajo tiraran.
 
El insomnio se había apoderado de ella recientemente, impidiéndola disfrutar de esos calidos fotogramas que aparecían en su cabeza, haciéndola algunas veces recordar y otras desear. También le hacían pensar demasiado y en otras ocasiones simplemente le obligaban a dejarse llevar. Esos fotogramas llenos de ilusión que la gente clasifica como sueños.
Esto es rêver.

María Pérez-Durías
Humanidades y Periodismo

viernes, 3 de mayo de 2013

Lágrimas de sal


Era una tarde de verano como otra cualquiera. Estaba sentada en la orilla, a los pies del mar. Ese día estaba especialmente bonita, y el paisaje la acompañaba. Allí estaba, bajo un cielo azul intenso que empezaba a teñirse con los primeros colores morados del atardecer y algún que otro también naranjizo por el reflejo de los colores del sol en el agua. El mar estaba tranquilo, también de un azul intenso, aunque según se iba acercando a la playa, se iba blanqueando su color, hasta llegar a ese blanco sucio y movedizo de la espuma de la orilla que bañaba los pies de la chica. Apenas se oía más que el susurro de las olas al chocar contra las rocas y algunas pocas gaviotas que chillaban en el cielo. 

Embobado con su figura, me iba acercando poco a poco. Ese cuerpo blanquecino, con esa piel perfecta, que solo con la mirada sabías que la piel tenía que ser suave por fuerza. Delicada como una rosa. Su pelo rubio y algo rizado llegaba hasta su cintura brillando fuerte bajo los rayos del escaso sol que quedaba. Apenas llevaba puesto un vestidito blanco sin mangas, de una tela muy fina, casi transparente. Los pies descalzos y nada de abrigo, a pesar de que empezaba a refrescar. De repente parece ser que oyó alguno de los que yo intenté que fueran discretos pasos y se volvió. Esos ojos, esa mirada. Esos grandes ojos verdes del color de las aceitunas que miraba tan fuerte que parecía traspasar montañas. Esa mirada que parecía decir tantas cosas y que a mi me era difícil entender.

Una lagrima calló por sus suaves y sonrojadas mejillas resbalando cuidadosamente por su naricita, como si no quisiera erosionar ni un poco su adorable tez, llegando a sus labios carnosos y rojos y perdiéndose en la barbilla. Con la calma que solo ella y la playa con el mar saben tener, se levantó suavemente y, sin volver la vista hacía mí se escapó de aquél paisaje que parecía de cuento, huyendo por la orilla de la playa. La dejé ir. Sabía perfectamente que no quería verme, y que probablemente no querría hacerlo más. Me dolía como mil puñales clavados en el corazón, como cuando se le echa sal a las heridas, pero no podía hacer nada más. Mis "lo siento" no valían. Mi hija nunca me perdonaría. 



Mercedes Martínez Peña
1º PyP


jueves, 2 de mayo de 2013


La habitación

Supongo que soy ese tipo de persona, me he pasado la vida huyendo de mis problemas, aprovechando las buenas acciones de otras personas, mejores personas, al menos admito que soy mala gente. No me engaño a mí mismo, sé lo que soy, y asumo las consecuencias, pero mientras pueda seguir huyendo de mis delitos, nunca recibiré ningún castigo, al final, solo Dios podrá juzgarme.

Nunca permanezco mucho tiempo en un mismo lugar, es demasiado arriesgado para la gente como yo, es mejor mantenerse en movimiento, pagar siempre en efectivo, no contar con nadie, no ser nadie. A pesar de todo, creo que por fin Dios ha decidido hacer algo conmigo.

Ya ha pasado una semana desde que me mudé al nuevo bloque de apartamentos de mi ciudad. Necesitaba cambiar de lugar, respirar aire fresco, las cosas se habían puesto muy tensas  en la calle para mí. Parecía que todo iba a salir bien, como siempre, sin problemas, podía comenzar otra vida y no tener que preocuparme por nada.

Pero llevo cinco días seguidos atrapado en mi apartamento, cada noche tengo el mismo sueño horrible, y lo peor de todo es que conforme pasan los días, parece más real, cada vez que me despierto, el corazón me va a mil por hora. No sé si me estoy volviendo loco, es como si mi mundo se hubiera esfumado, para ser sustituido por otro mundo de locura insana.

Mi puerta está cerrada con cadenas desde dentro, los cristales de mis ventanas parecen estar reforzados, no hay línea en el teléfono, grito y nadie me oye, ni siquiera mi vecina, a la que veo a través de un pequeño agujero que conecta mi habitación con la suya. Puedo ver por mi ventana como la vida de toda la ciudad sigue su normalidad, los coches pasan por la carretera, la gente caminando…

Hoy ha aparecido un agujero, en la pared de mi cuarto de baño, oigo voces ahí dentro, y no consigo saber su extensión, está demasiado oscuro. Creo que si llego hasta el final de ese túnel, definitivamente habré abandonado todo mi mundo, ya nada tiene sentido para mí aquí.

 Necesito respuestas, y no voy a conseguir nada quedándome encerrado en mi habitación, en esta especie de limbo, entre el mundo real y la locura. Ya no pienso volver a tener miedo de nada ni de nadie, voy  a luchar por mi vida, y voy a asumir las consecuencias de mis actos, ya no necesito esconderme, nunca más.
José Pina Balfagón
1.1 Humanidades y periodismo