martes, 12 de marzo de 2013

FREE TIBET!



Con motivo del 54º aniversario del levantamiento independentista del pueblo tibetano, el 10 de marzo, se ha escrito mucho, y nunca es suficiente.
Desde 1950, el Tíbet pertenece a China. En todo este tiempo, ha habido muchísimas manifestaciones a favor de su independencia. En algunas de estas reivindicaciones, monjes tibetanos han llegado a inmolarse, para mostrar su indignación. El personaje más famoso de la lucha independentista es el Dalái Lama.

Actualmente, bajo el comunismo de Pekín, los símbolos del Dalái Lama están censurados por representar el movimiento secesionista. Pero también es cierto que, antes de pertenecer a la gigante asiática, no tenían un régimen democrático, precisamente. Como país, el Tíbet estaba regido por el Dalái Lama y, por tanto, era un país confesional, con el budismo como la religión oficial. Además este profeta, llamado Tenzin Gyatso, no vive nada mal al lado de sus compatriotas, ni pasa hambre ni frío. En el resto del mundo, tenemos la idea de que tiene una forma de vida muy humilde, pero nada es lo que parece. Los tibetanos no pueden negar que han sufrido tanto la esclavitud, tanto con el gobierno lamaísta como con el comunista.

Conozco personalmente un caso de unos turistas que casi detienen por llevar, en un folleto de viajes de El Corte Inglés, una foto del Dalái Lama. Esto ocurrió en la misma Tíbet. Hasta los extranjeros son censurados por insignificantes motivos, que encima son casuales, sin ninguna intención ideológica. Estados Unidos, como la mayoría de países del mundo, está a favor de la independencia tibetana, pero por miedo a entrar en guerra con su rival directo en potencia mundial, no ha podido hacer nada por liberar al país del Himalaya.  
El  Tíbet, poco oxigenado por la altitud, también está ahogado por la falta de libertad. Espero, en un futuro cercano, la independencia de este territorio.

Jaime Sánchez Moreno
Periodismo 1.1

jueves, 7 de marzo de 2013

Escapó de sus gritos

Abre los ojos, la luz que entra por el ventanal la ciega brevemente. Lentamente se incorpora, se detiene, el costado derecho  le duele mucho. “Ayer fue peor que nunca…” No quiere pensar en ello, todavía no.
Consigue levantarse de la cama y, de puntillas, presa de ese pánico, ese miedo que le acompaña cada vez que tiene que salir de su escondite, se aproxima a la puerta. Comprueba el cerrojo. Aún sigue intacto, no consiguió entrar y seguramente estará furioso por ello.

Este último pensamiento es el que le hace retroceder. No quiere abrir, ¿y si está fuera? ¿Y si está esperando  que salga? Inconscientemente, a pesar de sus esfuerzos los recuerdos vuelven a atormentarla.

Llega a casa temprano. Ella todavía no ha terminado de preparar la cena. Está enfadado, ha vuelto a discutir con uno de sus compañeros. Gruñe algo acerca de “conspiraciones”. Ella escucha, le preocupa que vuelva a desatar su furia. La semana pasada le dijo que no volvería a ocurrir, que la quería y que no volvería a hacerlo.
Le exige la cena de malos modos, ella intenta responder con calma que le falta muy poco para que esté lista. Los ojos de él sueltan chispas. Comienza a gritarle. Le dice que es una inútil, que no sirve para nada. Ella intenta escabullirse a su habitación, la agarra del brazo, le hace daño. Rápido, furioso, llega el primer bofetón.

“Y eso fue lo más leve” piensa con amargura. Después llegaros los chillidos de terror, la lucha por escapar de su rabia, los golpes cada vez más fuertes hasta que le patea el costado. Entonces ya está segura de que va a morir. Pero algo la empuja, su instinto de supervivencia la obliga a escapar, a encerrase en su cuarto, a echar el pestillo, a derrumbarse mientras él grita, aporrea la puerta y la amenaza. Pasa el tiempo y ella se duerme agitada y aún presa del miedo.

Ahora se halla de pie frente a esa misma puerta ¿Cuándo empezó todo? ¿Cuándo se acabó el amor? Por primera vez en meses, comienza a reflexionar. Ya no quiere seguir siendo su esclava, no volverá a maquillar sus heridas porque no las volverá a haber. Ya no prestará atención a sus “te necesito” y “fue sin querer”.
Se dirige al armario, saca una vieja maleta y varias prendas. Mete todo dentro, coge un par de cosas más y se encamina a la puerta. Inspira profundamente, quita el cerrojo y se marcha de esa habitación, silenciosa testigo de los acontecimientos.
Ana Romero Urquiza
Humanidades + Periodismo